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UN HERMOSO REGALO



Hace unos días, para mi cumpleaños, uno de mis hijos y su novia me trajeron un hermoso regalo: una crisálida de mariposa monarca, pegada en un palito de madera, dentro de un vidrio. El regalo es ver como sale la mariposa de esa crisálida. Yo estaba esperando una radiocirugía delicada en mi cerebro y entonces fue un momento bastante emotivo para todos, pues era el símbolo de un renacer. Por supuesto lloré y asumí, según el papelito con el que venía, que la mariposa debía salir en los próximos días; y además pensé que saldría antes de mi cirugía, como símbolo de que todo iba a salir muy bien. Pues una cosa es lo que pensamos y creemos y otra, a veces muy distinta, es lo que sucede en la realidad. 
La crisálida debía ponerse negra y, cuando toma ese color, significa que está próxima a romper el cascarón, para empezar a desplegar sus alas y volar. Bien, la crisálida siguió verde hasta el día en que me fui para Bogotá a la cirugía. Se la dejé a mis nietos para que ellos la cuidaran y vieran salir la mariposa, cosa que no pasó. 

 Unos días después regresamos de mi cirugía y volvió la crisálida a mi casa, a mi cuidado. Pero pasaron los días y ella nada que salía. ¡Yo llegué a pensar que me había salido dañada! Esta impaciencia que nos caracteriza a algunos humanos, pero que afortunadamente la naturaleza desconoce. 

 Yo comencé a mejorar muy lentamente y hubo un día en que amanecí muy bien, con fuerza y casi como si no me hubieran hecho nada. Y miré la crisálida que estaba conmigo en mi habitación y la vi negra. Casi salto de emoción. Mi hijo y su novia, quienes me la habían regalado, estaban ese día en la casa; así que vinieron a ver la crisálida negra, los visos dorados de las alas que se alcanzan a percibir dentro de su caparazón. 

 Hoy quiero recordar y dejar escrito para que no se me olvide nunca lo visto ese día. Nunca había observado tan de cerca, tan real, una crisálida. Y mucho menos el nacimiento de la mariposa, después de vivir, con toda la calma, su proceso de transmutación de gusano a mariposa. Solo lo había visto en televisión, en esos programas de fotos hermosas y fantásticas, pero no tan cerca de mí. El gusano, hecho crisálida, duró varios días, casi 15 días dentro de su cascarón. Un rollito verde, colgadito, inamovible, en paz absoluta, sin importar que pasara afuera de ella: ni la expectativa que teníamos para que saliera, ni las ganas de verla. Nada importaba para ella. Ella estaba muy consciente de su propio proceso de transmutación y eso era lo que importaba, el resto no. 

 Cuando la crisálida se tornó negra mi día fue en torno a la mariposa que estaba a punto de salir. La crisálida dura unas horas en ese color negro brillante, el cual, si lo miras detenidamente durante esas horas, cada vez vas notando los visos dorados de las alas más definidos. Los visos cafés de las mismas se alcanzan a distinguir y de pronto, cuando es su momento preciso, ella saca fuerza de adentro de sí y rompe el caparazón. Justo en ese momento, yo volteé mi mirada a la crisálida y vi esa maravilla. Además no solo fue que la vi, sino que yo estaba algo impaciente porque mis fuerzas del cuerpo iban y venían: a ratos muy bien, a ratos con mucho dolor, a ratos sin nada de fuerza. Era como si el cerebro no pudiera mandar señal al cuerpo y este no pudiera sostenerme en pie. Entonces estaba acostada, con la mariposa en mi nochero, y mi mente estaba pensando en esa montaña rusa la cual a veces me permitía levantarme, y otras me mantenía acostada. De pronto pensé : “Merce, fresca, con paciencia. Como la mariposa, todo a su tiempo. Solo dale el tiempo al cuerpo para que cuando sea su momento pueda salir con fuerza”. Miré la mariposa y justo ahí estaba ella rompiendo su cascarón. Lo entendí: todo a su tiempo, calma.


 
La miré y ella saliendo en ese instante, mis lagrimas salieron también. Me quedé extasiada, mirando cada paso que ella va dando. Lentamente rompe el caparazón. Sus alas están muy pegadas aún, pero algo se mueven y ella logra salir completamente de su morada de transmutación, para comenzar a vivir, a ser. Y eso es todo un proceso. 

 

Ahí su cuerpo es grueso, ancho, casi como la misma crisálida. Ella tiene alas pequeñitas, sin fuerza. Le cuelgan desparramadas sobre el gran cuerpo y este se ve grueso e inflado. Sus patas, aun pequeñas, pero fuertes, se agarran con mucha fuerza de la caparazón de donde salió y ella comienza a balancearse lentamente y por intervalos. Las antenas largas, pero aún caídas. Ella sigue pegada con fuerza. Se distinguen los tonos cafés, ocres, negros, blancos de las alas. Es muy hermoso y ella se balancea. Se queda quieta. Espera. Se balancea. Y esto se va repitiendo. Lo que uno no sabe es que, con esos balanceos, ella está pasando fuerza de su cuerpo rechonchito a las alas. Y entonces en cuestión de unos pocos minutos las alas comienzan a tomar forma, a coger fuerza. A la par que su cuerpo se va adelgazando, se van aclarando sus tonos. Ella sigue pegada de la caparazón, la cual ahora es totalmente transparente e inerte. No tiene afán, solo vive el proceso natural de vivir. La saco del vidrio y la dejo en su palito, el cual queda parado en un poco de paja que traía. Y allí, ella sigue agarrada al caparazón que una vez fue su vida y sin miramientos, ni tristezas, ni apegos, ella salió de allí a vivir. 

 Sus alas van creciendo conforme ella va balanceándose, pero esto es intermitente, no es continuo. Ella se balancea, carga las alas y descansa. Y este proceso continua por muchas horas. Yo, en mi inmediatez, pensé que, una vez que tuviera sus alas, salía volando, pero me equivoqué una vez más. Ella sabe que todo es un proceso y que se lleva tiempo poder fortalecer sus alas para volar; poder fortalecer sus antenas para no perderse en el vuelo; poder fortalecer sus patas para agarrarse bien, cuando tenga que parar a descansar. Todo eso ella lo sabe en su interior. Ella trae ese conocimiento dentro de ella y le permite el tiempo, pacientemente, para que salga y dé el resultado de vida para el cual fue creada. 

 

Pasan más de 10 horas antes de que ella vuele. En ese tiempo, ella da unos pasitos y se instala en el palito, ya no en el cascarón de la crisálida. Ella se balancea y sus alas cada vez se ven más grandes, hermosas y fuertes. Sus alas deben estar duras para que pueda volar, pues son muy grandes, así que ella se toma su tiempo fortaleciéndolas, ¡sin afán! De pronto, hace su primer aleteo. Ella sigue agarrada del palo. Está tanteando como van sus alas, da otro pasito y se voltea. Sigue aleteando en intervalos muy grandes. Yo pensé “a este paso no nos va a tocar verla volar”. Pero a ella eso la tenía sin cuidado. Ella estaba en su proceso y eso era todo. Luego de aletear por algunos segundos, se quedó muy quieta por mucho rato. Inclusive yo pensé : “ hay se nos murió”. Pero no, ella no estaba muerta. Estaba quieta con sus alas listas para volar, pero soñando el sueño de su vuelo, recreando su vuelo, sabiendo su ruta, sus aleteos, venciendo el miedo al viento, al agua. En silencio, quieta, sola con ella misma, muy quieta sabiéndose mariposa y recreando su propósito de vuelo. Hasta que fue su momento y comenzó a aletear con fuerza y ahí estaba yo mirando esa belleza. Así que abrí la ventana de mi cuarto ya estaba oscureciendo, pero eso no importaba. Ya ella estaba segura de sí misma, de poder volar. La puse en mi ventana y ella siguió aleteando con fuerza y seguido, pero aun pegada. Y de pronto, en un instante, voló a un arbolito que hay fuera de mi ventana. Ahí la vimos instalarse nuevamente, quieta. Era como si hubiera hecho un ensayo de alas, para poder llenarse nuevamente de fuerza interna. Allí pasó la noche. Al día siguiente, lo primero que hicimos fue buscar la mariposa en el arbolito donde había quedado la noche anterior y allí estaba quieta. Pero de pronto voló y voló y voló y se fue nuevamente a vivir su sueño de volar: sin mirar atrás, sin apegos, sin nada, solo con su fuerza interna y sus antenas que la llevan al norte para encontrarse, seguramente, con más como ella. 

 Un hermoso regalo de vida, meternos en nuestro interior para crear un sueño que nos permita volar. Con paciencia ir armando todo lo que se necesita para ese sueño de vida, para la vida: sin afán, con paciencia, con certeza, con fuerza interior. Nos balanceamos y creemos que vamos a caer, pero no. Estamos solo fortaleciendo nuestras alas, para poder volar con fuerza y determinación; con pausas para vernos, para sentirnos, para reconocernos. Y luego un día volamos y nos sentimos que somos, que vivimos y allí solo queda la gratitud: por el proceso, por el sueño, por lo sufrido, por lo aprendido, por lo compartido, por lo enseñado, sin apegos, solo gratitud y vida. Eso siento hoy. 

 Ella estuvo sola en su crisálida. Salió sola de ella. Sola se balanceó para darle fuerza a sus alas. Sola caminó por el palito. Sola aleteó. Sola se quedó quieta. Sola voló. Habíamos muchos mirándola, dispuestos a ayudarla, aunque no se si ella nos vio y lo supo, pero ahí estábamos hasta que ella voló. El trabajo interior siempre será de uno mismo, aunque haya gente dispuesta a ayudarnos y seres invisibles viéndonos y apoyándonos; pero las decisiones, las acciones, el propósito que nos mueva, siempre será solo nuestro. Nadie puede vivir por nosotros el proceso de la mariposa. Nadie puede volar por nosotros.



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